tres noches después del amanecer, el sentimiento más chiquito de todos abrió los ojos (proceso lo más de doloroso) y se dio cuenta de que los sueños que crecían naturalmente brillaban más que los que ellos cultivaban en el jardín de las razones. los vio de lejos y tuvo muchas ganas de probar uno; nunca había soñado algo tan grande y luminoso, casi era tan brillante como una razón, pero tenía algo distinto, algo hermoso, los sueños no miraban con los ojos de la inteligencia sino con los de la vida, y eso es lo que los hacía tan especiales.
el sentimiento más chiquito de todos cogió su mochila azul y salió de la pequeña chocita en la que vivía. era la primera vez que haría eso solo. salió corriendo hacia el jardín, tomó el sueño en sus manos, la envolvió en una manta blanca muy grande, la aseguró en un diminuto imperdible y, cuando logró que la envoltura sea tan pequeña como una naranja, la guardó en el bolsillo secreto de su mochila.
empezó a correr por miedo a las razones, alcanzó el acantilado, llegó al páramo y entró en el enorme bosque, siguió corriendo sin rumbo fijo y bebió agua del río, el sueño golpeaba a cada salto, ya no soportaba más, estaban asustados. el sentimiento más chiquito resbaló en un pensamiento y terminó envuelto en la equivocada triste ilusión de alguien que casi no conocía. empezó a nadar lentamente, pero el torrente de lágrimas era más fuerte que Hércules y el sueño ya no tenía aire para sopor su aliento. llegaron a la orilla, el frío era intolerable, el sentimiento encendió una fogata con los pocos pedazos de fantasías que le quedaban, abrazó al sueño y le contó historias de ilusiones viajeras y voladoras hasta que logró dormir.
el sueño mojado y triste no soportaba más el frió, el bosque no era su lugar de origen y extrañaba a su familia, casi no alcanzó a despedirse y menos de una semana se pudrió.